jueves, 14 de mayo de 2015

Con rumbo o a la deriva




Por: Francisco González Cruz

"No  hay viento favorable para un barco que no sabe a donde va" decía Séneca hace tres mil años.  Mario Briceño Iragorry escribió que "Ir a la buena de Dios es generalmente ir a mala del diablo". Esa sentencia se aplica a toda persona, organización o lugar. La improvisación no conduce a ninguna parte sino a la rutina, a la molicie o a pasar como si fuera posible que no pasara nada, cuando todo de mueve, como diría Heráclito de Éfeso quinientos años antes de Cristo.
Por ello desde los pueblos antiguos se planifica, es decir, se trazan objetivos y trayectorias para lograrlos, se formulan y se ejecutan proyectos, se valúan sus resultados para tomar las correcciones necesarias. Los primitivos habitantes Cuicas no tenían expertos en planificación pero planificaban. Sus aldeas estaban construidas en los lugares más seguros, cerca del agua sin metérsele a las vegas para que no se les inundaran. Construían  andenes o catafós (de allí viene el nombre de los Andes) para prevenir la erosión y los derrumbes, guardaban el agua en "quimpues", almacenaban el maíz en "mintoyes" para los tiempos sin cosecha. En el sigilo XVI cuando llegaron los españoles traían un plan definido y para las fundación de sus ciudades contaban con instrucciones precisas de organización urbanística: donde iría la plaza mayor, la sede gobierno local, la iglesia, como trazar las calles, etc. Durante la colonia y luego en la etapa republicana nuestras ciudades crecían bajo un orden establecido.
La planificación empezó a trastornarse con el crecimiento desmedido de la población urbana que desbordó toda previsión, pero también porque muchos gobiernos tomaron los caminos de la improvisación. Los que mantuvieron la disciplina exhiben sus ciudades organizadas. Los que no sufren las consecuencias: pueblos con ríos cercanos pero acueductos secos; días y noches sin energía eléctrica; calles congestionadas; basura por todos lados; aguas contaminadas; desempleo y pobreza; inseguridad; deterioro de los espacios públicos y cientos de problemas más.
Hace poco, luego de un año de gobierno, el Alcalde de Valera tomó la decisión de crear una comisión para elaborar el plan de desarrollo municipal y el de ordenación urbanística de la ciudad, además de los planes especiales pertinentes. Tengo el honor de representar a la UVM allí y siento que en la mayoría de sus integrantes existe un vivo sentimiento de participación. Por ello hago votos que esta larga historia de improvisación tenga su fin, aun en este escenario de crisis que vive nuestro país. Que cierta racionalidad se introduzca en nuestra ciudad para que no se nos termine de deteriorar y, antes por el contrario, tome nuevas energías y se lance a ser una ciudad exitosa.
Se trata de poner en blanco y negro las potencialidades de Valera y sus problemas, de ver sus oportunidades, de plantearse una visión desafiante que sea capaz de entusiasmar a esta ciudad para que reaccione, trazar las líneas estratégicas e identificar unos cuantos proyectos significativos que puedan estar listos dentro de cinco años. Para comprometer a los gobernantes y a los ciudadanos en recorrer esa trayectoria disciplinadamente. A ver si cuando la ciudad cumpla sus doscientos años tenga rumbo y sepa aprovechar los vientos favorables que ya seguramente soplarán.
Mayo/2015
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