Ramón Sosa
Pérez
Fotos:
cortesía de Néstor Abad Sánchez
Curiosamente, uno de los juegos tradicionales con
mayor difusión en los pueblos del mundo, es el trompo. Apuntamientos de
diversas culturas, en el decurso de la historia, lo señalan entre los regocijos
de mayor efecto. En la mítica civilización de Troya, 3000 A.C, las excavaciones
concluyen que entre las muchas huellas de su pasado, fueron recobrados de las
ruinas en la fabulosa ciudad de Pompeya trompos hechos de barro y qué no decir
de los pueblos europeos o de los romanos que los reflejan en pinturas antiguas.
Marco Porcio Catón, apodado El Censor, político, escritor e historiador romano,
los menciona en sus escritos y el poeta satírico latino Aulus Percius Flacuss, aseguraba
que “en su niñez tuvo mayor afición al trompo que a los estudios”.
Entre nosotros, los hubo de muy antiguo y se
cuenta que en comunidades primitivas de América del norte, la práctica del
trompo estuvo muy arraigada, como ocurrió entre los Hopi, la llamada “raza pura
y sabia” que puebla el valle central de Arizona en EEUU y quizá la más antigua
del continente. Al sur, en Perú y Ecuador, los cronistas relatan huellas de
juegos precolombinos donde el trompo de arcilla ocupa sitial preferente. Ya en
albores del pasado siglo, el laureado periodista del diario La Prensa, José
Diez Canseco, en sus Estampas Mulatas, describe como Chupitos, un niño de 10 años,
juega al trompo con sus vecinos en el barrio del Rímac, en Lima. En todos los
pueblos interioranos de Venezuela hay certeza que se jugaba trompo desde
tiempos precolombinos.
JUEGOS DE LA TRADICIÓN
Isabel Aretz, investigadora argentina y folkloróloga
con fecundo trabajo en Venezuela, recorrió muchos pueblos de los andes, junto a
su esposo Luis Felipe Ramón y Rivera, el autor de Brisas del Torbes. De sus
aportes queda el testimonio de los juegos tradicionales y su añeja data: “como juegos típicos de una región o país, formando
parte importante de nuestra cultura popular (..) que practicados a
través del tiempo, resumen
experiencias colectivas de generaciones”. A este continente llegaron durante
la conquista española y quizá a ello obedezca el que en cada país son
conocidos con nombres diferentes y han tomado su singularidad y localismo, sin
prejuicios. En Venezuela, al más popular de ellos, preferimos llamarlo trompo
en la mayoría de los pueblos.
En los andes, el trompo se hace de madera,
preferiblemente de naranjo, sauce o cínaro, de acuerdo a la variedad que más
abunde en el lugar. Su hechura artesanal habla de las habilidades que uno o
varios miembros del vecindario poseen en estos menesteres y que ciertamente probará
a vista de muchos. Los preparativos para los torneos populares comienzan en las
semanas precedentes a las reuniones familiares y la celebrada “troya” aguardará
oportunamente por sus seguidores. El juego del trompo en Semana Santa viene de
antiguo, según confirma la práctica que ya extravía sus raíces en la noche de
los tiempos, como alegan las generaciones que van creciendo con el singular
divertimiento en los pueblos.
JUGANDO POR GENERACIONES
Los lugareños, habituados a la dura labranza
durante el año, se permiten un breve paréntesis en la Semana Santa. De antaño,
en el Mocotíes acostumbran las reuniones familiares de esos días para el sano
disfrute con los juegos que, heredados de la colonia en su mayoría, se han
mantenido por la constancia de las generaciones en dejar intacto un legado de
tradición. Zea, Bailadores, Santa Cruz de Mora, Tovar, Mesa Bolívar y San
Francisco, son los pueblos que concentran a moradores y viandantes en la cita
ocasional de grata referencia para la promoción de valores locales. El juego
del trompo interviene como el eje vinculante de vieja usanza que reúne en
bocacalles y esquinas a vecinos, amigos y parientes entretenidos en la fina
estampa del costumbrismo merideño.
En unos pueblos acostumbran convocar para el
jueves, otros el viernes y los más, dejan el llamado para el Sábado de Gloria.
Desde temprano rematan las disposiciones y entonces las calles se llenan de
curiosos y copartícipes. Por doquier saltan trompos de variopinta procedencia,
formas y estilos y en ello va el gusto, gracia y preferencia de cada
“trompista”. Tovar, Santa Cruz de Mora y Zea escogen el sábado como día
propicio al desafío y ven renovadas sus energías colectivas para emprender los
grandes maratones por sus principales calles en la añeja tradición. En
Bailadores habrá popular reto en partida doble y es que al encuentro de los
trompos, se añade la curiosa y única tradición en Venezuela, llamada La
Chipola.
CHIPOLEROS DE TODAS LAS
ÉPOCAS
“Chipola” no tiene aplicación práctica en
Venezuela, aún cuando se acepta su uso en la región llanera para distinguir una
forma musical derivada del joropo. Folkloristas de los llanos orientales
colombianos reconocen que el baile La Chipola es inspiración del corte de
cabello que usaba la etnia sáliva del Casanare. En algunos pueblos de Mérida,
hacia la mitad del pasado siglo, solía oírse la frase: “lo enchipolaron” o “lo
dejaron en la chipola”, para declarar que el individuo de marras estaba privado
de libertad, de suerte que se infiere preferencia por el primer concepto,
indicando que “chipola” traduce un baile parejo hasta caer rendido, como en
efecto sucede con este voluminoso trompo de madera, en el Municipio Rivas
Dávila.
La expresión “chipolero” es novísima y en La Playa
de Bailadores, en Mérida, equivale a nominar a “quien lanza la chipola y la
hace bailar, apoyado en un látigo de hilachas de fique, tomado a modo de
penca”. Es curiosa la afinidad con la
cultura de los indios Hopi de Arizona, quienes “después de echarlos a rodar,
mantenían la rotación de los trompos con un látigo, con el cual azotaban con
rápidos movimientos la punta inferior del trompo”. La chipola es grande y
antiguamente los aldeanos la fabricaban “desbastando la pieza de rústica madera
de naranjo, con ayuda de una hachuela hasta darle la forma deseada” y al
tenerla lista se anunciaba entre los amigos para que se aprontaran “a jugar chipola” en los días santos.
LOS TIEMPOS IDOS
La
tradición de la chipola es centenaria, según Simón Salas. A pesar de que muchos
nombres se han perdido en la memoria colectiva, los playeros evocan con
simpatía a Pablito Lacruz, Roso Morales, Efraín Medina, Gilberto Barillas,
Isidro Vivas, Juan Barillas, entre los chipoleros que les tocó mayor
dificultad, en la hechura de chipolas con hachuelas y machetes hasta la
competencia por viejos caminos de tierra. Una vez, “hace unos 30 años, la gente
de aquí compitió chipoleando todo un día, desde El Verde, en La Playa, hasta
Tovar, en una jornada muy recordada por los herederos del juego, que es nuestro
orgullo”, dice Emiro Ostos, resguardado en su sombrero alón y tejido en vena de
la zona.
Los
playeros, como se les reconoce en su gentilicio, tienen por la chipola una
suerte de recreación social, con participación abierta en la Semana Santa.
“Todos se avienen a hacerla y para todos hay la oportunidad, pues los ancestros
nos cedieron la meta de divertirnos entre parientes, amigos y vecinos”, asienta
Simón Salas, quien recibió la tradición de sus abuelos y en su obligación hoy,
sus hijos y nietos son parte de esta herencia cultural. De tiempos antiguos,
los moradores de La Playa echan de menos esos festivos “días santos de chipola”
cuando hombres y mujeres, sin distinción, luego del almuerzo familiar, salían a
la calle y en franca marcha confluían en El Verde, donde se apostaban los
lugareños a chipoliar, sin tregua.
TRADICIÓN Y PATRIMONIO
En
muchas casas de La Playa se guardan viejas chipolas, elaboradas por padres o
abuelos, lo que representa, más allá de la nostalgia, la ocasión de advertir en
el tiempo el celo que tienen por lo que consideran su patrimonio y que no se
repite en ningún otro lugar del país. En compañía de los mayores, urgen los preparativos
y observan reglas ancestrales como por ejemplo cuando buscan las pencas del
fique (Furcraea bedinghausii) que servirá de látigo para hacer girar la chipola. Harry
Márquez tercia en la conversa: “nosotros no dañamos la mata y sólo cortamos la
más madura, la que está próxima a secarse, de manera que la cuidamos porque
para nosotros es muy importante la liga sana con el ambiente”.
Ramón
Calansán Castillo, oriundo de La Playa y carpintero de buena fama, se cuenta
entre los primeros que a principios del siglo XX “hacía chipolas desbastando los
palos rústicos con hachuela y bailaba, entre los mejores del pueblo”, recuerda
su nieto Simón Salas. El decurso de los años va dejando el sabor inigualado de
la tradición porque no es sólo lanzarla y bailarla: “la chipola tiene su modo y
manera de hacerla girar y por eso mismo, todos reconocemos hoy día a Antonio
Segovia como el tradicional chipolero por su guasa, por su alegría y por
representar entre todos al que juega, jugando con todos, como lo hacían los
primeros, en la chanza que cundía entre los asistentes y haciendo que el
entusiasmo llegara a cada uno”, concluye Miguel Romero.
UN LEGADO SIN LÍMITE
Los
Chipoleros de La Playa recuerdan que gracias a Rodolfo Castillo, entre otros de
los actuales jugadores, decidieron darle un mayor impulso a la usanza y ahora
vigorizada como en los primeros años, se mantiene en expresión de una tradición
centenaria y patrimonial. Treinta chipoleros que representan a un número análogo
de familias, están empeñados en vigorizar esta estampa del costumbrismo andino,
único en Venezuela, para extenderla más allá de la frontera local. Simón Salas,
David Salas, Oriel Guerrero, Armando Guerrero, Harry Márquez, Miguel Romero,
Javier Vera, Emiro Ostos, Manuel Márquez, Amadeo Castillo, Javier Castillo y
los niños Simon, Freyder y Luis Alfonso Hómez Cardona, son custodios de la
vieja tradición en La Playa, Bailadores.
Una
larga cabuya, que antes fue de cerda o de fique, sirve para lanzar la chipola,
haciendo uso de particular destreza. Una vez sobre el adoquinado o pavimento,
dos chipoleros en hábil compás, la fustigarán
con un látigo de fique impulsándola con firmeza para no dejarla tenderse de
nuevo. Las esposas e hijas de los jugadores se integran con pasión a la
tradición de la chipola como Soraida Dugarte, Diana Patricia Segovia, Génesis
Romero y Mariángel Segovia, entre decenas que se van sumando todos los años. En
Semana Santa, de jueves a Domingo de Resurrección, estarán Los Chipoleros de La
Playa, esperando para compartir con propios y visitantes tan hermosa y única
tradición en Venezuela.
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