lunes, 21 de abril de 2014

LA SEMANA MAYOR EN EL SUR DE MÉRIDA



Una simbiosis de fe milenaria:
LA SEMANA MAYOR EN EL SUR DE MÉRIDA
Ramón Sosa Pérez
“Hosanna en el cielo, Gloria al Hijo de David, Bendito el que viene en nombre del Señor”. Una algazara jubilosa se desparramaba por todas partes y las gentes llegadas de todos los confines tendían sus vestidos en los caminos para recibirlo. A lomo de un pollino sin desbravar, Jesús entraba triunfante a Jerusalén, rodeado de muchos prosélitos. Palmas, flores y olivos tapizando los caminos precederían, según las Escrituras, el camino del calvario; la crucifixión del Salvador de la humanidad. Así, la iglesia universal conmemora el Domingo de Ramos, preámbulo de la Semana Mayor
En el sur de Mérida, sinuosa travesía de pueblitos adosados a la vera de eternos caminos, esta tradición anual mantiene reveladora importancia. Las familias se reúnen en torno al misticismo de la intimación de la fe. La aurora del domingo se adivina con la llegada de los ramos que recibirán la bendición en lugar de gracia. Ese día Jesús fue recibido entre vítores por Jerusalén que acudía jubilosa a celebrar la Fiesta de los Tabernáculos, con la que los judíos eternizaban el paso por el desierto, al salir de Egipto. Muchos extendían sus capas a lo largo del camino, “mientras otros de la multitud cortaban ramas y palmas de árboles y las ponían sobre el suelo”
COSTUMBRES ANCESTRALES
La cuaresma, entre el Miércoles de Ceniza y Jueves Santo, es tiempo de simbolismo para el cristiano que observa reglas infranqueables en los 40 días previos a la Pasión de Jesús. En El Vigilante del 09/01/1943, leemos: “todos los miércoles serán de ayuno y todos los viernes de cuaresma serán de abstinencia”, lo que explica la sujeción al canon que es corriente en los pueblos del sur. En sus arcanas montañas se halla la palma silvestre que crece vigorosa a la espera de quienes en la Semana de Lázaro, apuran el corte de ramo en un ritual muy vinculado a la tradición. En el sur confían a los palmeros la bajada de la planta, porque “no todos tienen mano para cortar el ramo“. Treparla, revisar los cogollos, abrir las hojas, escoger la más madura y luego hacer los tercios, según la fortaleza del palmero, es tarea de pocos.
De allende los mares vino el legado histórico que en la religión tiene una expresión particular y que en el sur de Mérida se hallan curiosos rasgos. No podía encenderse lumbre en los fogones, a menos que se limitara a proveer necesidades primarias de la familia, los trabajos y negocios quedaban suspendidos, las vacas de ordeño y los demás animales de corral recibían obligado asueto y pródiga ración adelantada. En las calles de los pueblos surgía la matraca, con su procesión de sonajas, calle arriba y calle abajo, llamando a misa al igual que La Cívica, recordando la guardia pretoriana junto al sepulcro santo.
APRONTANDO TODO..  
Desde el lunes y martes santos se siente el trajín en cada casa. Debe buscarse la leña en distantes lugares; disponer lo que obligue “el amasijo”, como allí denominan a la elaboración y cocción del criollísimo pan en los hornos de ladrillo, además de urgir los aderezos que requiere la mesa que se servirá durante estos días. El miércoles comienzan a prepararse los dulces, delicias y manjares, porque el jueves y viernes, según expresa costumbre, no debe trabajarse en casa. Ni siquiera ocuparse de las menudencias rutinarias de la cocina, lo que será visto como signo contrario a la observancia ritual de los días santos.
El jueves y viernes bien temprano se sirve “la parva”, que es un desayuno muy particular compuesto de chocolate caliente, acema, pan de agua o de leche y queso criollo. El almuerzo de “siete potajes” contiene una mesa dispendiosa en pescado seco salado, arveja, sopa de pan con tortilla, cebollín y cilantro, antipastos, ensaladas, macarrones, dulces y tortas de muy variado estilo, color y sabor. Es muy dispendiosa la alacena sureña que invita estos días a algún pariente o vecino a compartir con la familia en testimonio de conciliación y generosidad de los anfitriones, lo que no puede rehuirse bajo ninguna fórmula.



RECREACIONES DE TIEMPOS IDOS  
En el ayer distante mucho se quedó de la tradición surandina pero aún puede recordarse que en estos días, los paisanos se solazaban con el vecindario. Trompos, joques, maporas, el burro y tantos juegos más que sedujeron días de infancia, retornaban a los pueblos del sur como el resonado Juego del Bolo que congregaba a muchos a la vera de los caminos. Una bola toscamente labrada en piedra o madera, que a fuerza de martillo, cincel o hachuela tomaba forma globular, corría por mano del hábil tirador hasta dar con los muñecos de burda madera, de valores distintos, que al ser derribados hacían la máxima puntuación para el ganador. 
En el verso humorístico de Vicente Hernández quedan tatuados estos recuerdos: “el burro hecho de madera/cuando se podía cortar/hoy ya no se hace por miedo/a la Guardia Nacional/..“el bolo también divierte/tumbar aquel muñequero/con un poquito de suerte/ hacerles un bolo entero/.. “El Jueves y Viernes Santo/ como almuerzo o mediodía/ se servían siete potajes/ eso si era una comida/ sopa de arvejas, de pan/ macarrones, de pescado/los secos por cantidad/ con salsas y guisado/ con papas, venía el pescado/ el palmito en rebanadas/ y entre cocidas y crudas/gran variedad de ensaladas/”.
VIACRUCIS EN EL SUR
En el año 2001 en Formosa, provincia argentina, lindante con Salta por el oeste, con El Chaco al sur y con Paraguay al Este y norte, comenzó el hasta ahora Víacrucis más largo del mundo. Caminos de penuria y aridez son los de Formosa, según la crónica, y allí los peregrinos plantaron 14 cruces de quebracho y palo santo, en medio de un clima muy caluroso y húmedo, que suponen las estaciones. Un grupo de hombres formoseños, sensibilizados por tantos problemas que su nación enfrentaba “se inspiraron para  ofrecer este largo peregrinar, de 512 km. a pie, como súplica por la paz del mundo, por nuestra patria y provincia”.
En otro lejano pueblo de serranía, esta vez Canaguá del Estado Mérida, “hace 21 años nació el Víacrucis en Acción de Gracias que mi padre Pablo Hernández ofreció realizar ante un grave percance familiar sufrido en la carretera entre Canaguá y Mérida”, cita Marina Hernández Durán, al relatar la bondad del Cristo al salvarlos de la desgracia en aquel camino. Desde entonces, don Pablo Hernández y doña Socorro Durán, una pareja de paisanos canagüenses, urgen las disposiciones y cada Domingo de Ramos parten de Mérida, en 4 largas jornadas entre Estánques y El Páramo del Motor, como promesantes del Víacrucis más largo de Venezuela.      
PROMESANTES DE TODOS LOS TIEMPOS
En 1993 don Pablo y su esposa decidieron iniciar el Víacrucis, acompañados de su familia. Una lluvia pertinaz amenazaba aquel año a los devotos “pero más pudo la fe y, gracias a Dios, llegamos a Canaguá”, recordaba doña Socorro Durán de Hernández en aquel recibimiento inolvidable en su pueblo natal, luego de los 100 kilómetros de recorrido, entre cánticos, plegarias y alabanzas al Salvador. Octogenario él y doña Socorro, con 77 años cumplidos, siguen fieles al devocionario surandino, ofrecido para elevar una plegaria de gratitud por la salvación de su familia.
A los 18 miembros de los Hernández Durán se fueron sumando, año tras año, cantidad de piadosos promesantes que llegados de distintos lugares del Estado, en el 2014 integran unos 150 en total, en el Viacrucis más largo de Venezuela. Las Paradas del Viacrucis Peregrinos de La Montaña, como fue denominado desde la génesis, son Estánques-Tusta, Tusta-Las Nieves, Las Nieves-Quebrada del Barro y Quebrada del Barro-Páramo del Motor. Al final de la diaria jornada, los peregrinos asisten a la Eucaristía que en cada edición cuenta con los párrocos de la zona, agregados jubilosos a esta manifestación de fe.
LA PASION VIVIENTE EN EL SUR DE MÉRIDA  
Antiquísima devoción que llevaron al sur los misioneros agustinos y que, en el decurso de los años se entronizó en los hogares, es la conmemoración de la Semana Santa. Canaguá recuerda que en la década de los 70, cuando se fundó el liceo Neftalí Noguera Mora “los estudiantes tomaron iniciativa de realizar un viacrucis viviente y en ello participaron Lalo Zambrano, Luis Méndez, Silvino Mora (el locho), Golfredo Barillas, Pio Mancilla, Liborio Molina, Fanny Rivas y Olida Molina, entre muchos más”, evoca Aliria Molina de Nava, quien desde entonces ha venido acompañando, en diferentes roles, esta representación.
En los años 80, otros se encargaron del Viacrucis y nació el Grupo Los Caminantes, dirigido por Alexis Roa y ayudado por canaguenses residentes en Mérida que llegaban a la cita anual. Gustavo Molina, América Arias, Carolina Zambrano, Leyda Arias y otros que, entusiastas asistían como Teodoro Molina, Felipe García, Marcos Rivas, Consuelo Cerrada, Israel Díaz y Vicente Elías Molina que admiraban al representar a los Sumos Sacerdotes, en fidelidad de actuación. A ellos sucederían Ecxon Nava Molina (Viejo), Indira Albornoz, Yileni Mora, Gabriel Molina, Gloribel López, Exeiro Marquina, Karina Contreras, Ligia Mora, entre otros tantos.
Una nueva generación, refiere María Angélica Mora, aumenta el devocional de Semana Santa y son los Viacrucis que salen espontáneos de toda la comarca. De Canaguá hasta el Vaho, en la entrada de Chacantá, marcha un grupo que animan Arquímedes Montilva y Emérita Rodríguez a encontrarse con el que ha partido de Chacantá. Otro sale de Las Aguadas con María Elumina García y José Camacho y el gran Viacrucis que el Miércoles Santo sale de Canaguá a toparse con Los Peregrinos de la Montaña y en la noche, el Viacrucis del Nazareno, bajo coordinación de Gladis Peña de Mora y  familia. Así son los pueblos del sur, en tiempos de Semana Mayor.  

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