martes, 25 de marzo de 2014

MUCUTUY Y EL JULIO DE AQUELLOS AÑOS




Ramón Sosa Pérez
Esta crónica se detiene en el mes de julio, en el Mucutuy de mis primeras letras. Discípulos de la maestra Teresa Rodríguez, repasábamos el libro “Aurora” para erguirnos luego en las lecturas de “Pedrito”; texto reservado sólo a los aventajados del 1er grado que llevaban dominio destacado frente al grupo. Frente a la plaza Bolívar y con la custodia sempiterna del histórico samán que daba sombra a un curioso trébol de cuatro hojas, se sucedieron los años primeros en la década de los 70, en las clases de la señorita Elsa y Severo Rivas en el 2do grado. Ya al inicio del tercero con la maestra Digna Rodríguez Herrera, hubo la mudanza de la escuelita al Grupo Escolar, que quedaba al final de la añeja calle ancha y empedrada, modesta y grata. De entonces data más clara la evocación. En la mañana había el ritual del himno nacional, la formación, las tareas, las clases y los recreos inmemoriales. Luego más clases, el comedor y la salida, calle arriba o por las bocacalles jugando con los compañeros mientras las maestras subían en una suerte de cadena de impecable azul marino, que se nos hizo infinito en la memoria de los años. En las tardes de julio era invariable el invierno en mi pueblo y entonces chapoteábamos en duelos renovados al final de la jornada escolar, sin reparar en la reprimenda que la tendríamos segura en casa. A veces la bronca familiar se atenuaba con la larga lista de mandados que debíamos desarrollar, luego del sabroso café con aliñado pan. De seguidas nos concentrábamos en las tareas para que antes del crepúsculo ya estuviera todo en orden. De aquella escuela “Emilio Maldonado López” la retina y el corazón atesoran jubilosos momentos como los días de guardia que en cada grado nos asignaban para ir al patio a tocar la salida al recreo o al medio turno “cuando sonaba el repique/ de aquella campana vieja/ hecha de un rin de camión/ colgado de una cadena/”, entre cientos de anécdotas, invalorables en el recuerdo. En 4to grado estaba el profesor José Contreras, aplicando ley desde la Dirección del plantel, acompañado del tenebroso compás de madera que hacía las veces de ferulilla, espantando perezosos y aquietando intemperantes. Los grados 5to y 6to estuvieron reservados por años a la recordada maestra doña Inés de Rivas. Con el poeta Manuel Graterol retengo mis recuerdos de entonces: “y llegabas a la clase/a enseñarnos la manera/de darle ternura al canto/de darle canto a la senda/ de darle amor a la flor/ y darle flor a la abeja/y se te escuchaba la voz/ por los patios de la escuela:/ -Niño, te vas a ensuciar/ si sigues jugando metras/- Muchacho, recoge el libro/no sigas tirando piedras/”. Así era julio en el Mucutuy de mis añoranzas, hoy pleno de bondad en la justa nostalgia de los años.             

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