Ramón Sosa Pérez
“Mérida,
la más bolivariana de todas las ciudades venezolanas, como alguien la llamara,
fue pórtico generoso para reivindicar la Gloria del Libertador. Y de nuevo
retomó para siempre el orgullo de su abolengo bolivariano”. Así se expresaba en
1985 el historiador Lucas Guillermo Castillo, a propósito del retumbo histórico
que la ciudad ha concedido al legado del Libertador desde el esplendor de la
Campaña Admirable de 1813. Los merideños se han obligado en un reconocimiento a
perpetuidad y prueba de ello es que aquí se consignan los más distinguidos
elementos de gratitud al Héroe: el Monumento La Columna que desde 1842 honra su
Memoria y el Himno del Estado que conserva los únicos versos escritos de su
puño y letra, en 1813.
El
cronista Luís José Acosta Rodríguez, orticeño del Guárico y aplicado estudioso
del ideario libertador, anotaba en su libro Bolívar para Todos: “Entre los muy
contados protagonistas de esta dimensión de cotidiana vigencia está el
Libertador (..). De allí, la urgencia y conveniencia de poner esa figura
histórica de tan singular fuerza como paradigma, al alcance y comprensión de
las nuevas generaciones de venezolanos, a quienes incumbe dar continuidad en el
tiempo y acrecentar con nuevos aportes (..) la herencia que nos viene del
pasado glorioso, el cual tiene en Bolívar la más alta y perdurable plasmación
de humanidad criolla”. En estas razones está la cercanía inmortal de Bolívar
con su pueblo, hecho crisol de identidad.
BOLÍVAR EN EL IMAGINARIO COLECTIVO
Encumbrados
artistas de todos los géneros, lo han tenido como su inspiración pero también
Juan Pueblo, el creador sencillo fraguado en el barro genuino de un lugar
anónimo e ignoto de la patria, concibe a Bolívar de una manera particular. Una
talla en madera de cedro, sauce, naranjillo, saquisaqui, una pieza en aldeana
arcilla o en añejo molde de loza servirán para representarlo en el imaginario
popular. En los andes, Mérida en particular, se multiplican los creadores que
rinden culto a un Bolívar popular, cercano, vecino, paisano, que semeja más al
que se confundió con los lugareños del año 13 que al ataviado de oropeles y charreteras que nos colocaron en las
estatuas.
En
la literatura oral de nuestros pueblos interioranos abundan las fábulas que en
el decurso del tiempo se hicieron páginas de la cultura provinciana. En la
escuelita rural de Viterbo en Chiguará, refería el escritor teatral Paulino
Durán, los muchachos repetían por generaciones que cuando niño, Bolívar se topó
con otros de su edad que quisieron aterrarlo con el cuento que la muerte andaba
rondando por esos lares y quería llevárselo. La reacción de Simoncito fue
resuelta: “vamos, vamos muchachos y la asustamos a ella primero para que se
marche rápido!”, lo que prueba la fortaleza de la tradición por mantener a un Bolívar
vivo en su imaginario y en su concepto cándido, sencillo y cercano.
BOLÍVAR EN EL ARTE POPULAR
Juan
Calzadilla ha dicho: “las obras de los imagineros, sean tallas o figuras de
bulto, pueden considerarse arte popular”, en reclamo a quienes tachan a los
creadores del pueblo, llamando a sus trabajos “arte ingenuo”, como si se
tratara de migajas artísticas. Los creadores populares sienten a Bolívar más
próximo; colindante en sus angustias y aciertos. A ese representan en el candor
de su expresión inmediata y en la vecindad de su afecto. Calzadilla lo
confirma: “el tema bolivariano ha estado siempre presente en la imaginación del
creador popular, afirmado en sus creencias políticas, sociales o religiosas,
como símbolo del sueño permanente de justicia”.
Se
afirma que el artista popular elabora, un Bolívar a su imagen y semejanza, un
Bolívar que gravita en la idea que se ha hecho de Bolívar pero explicando lo
que él siente y cree sobre el héroe en términos corrientes y auténticos.
Mariano Díaz, periodista, crítico y cultor chileno que por más de 30 años
recorrió Venezuela tras la huella de nuestros creadores , ha dicho que se trata
de “un Bolívar humanizado (..) que lo ha visto brotar de las manos de gente
sencilla, gente que labra la madera, amasa la greda, borda la tela o talla la
piedra, gente que lo convive y lo hace a su medida, gente que de leídas o de
oídas, aprende su pensar y lo añora y que en su mitología de fe lo hace
milagrear, compitiendo con los santos del cielo”
TALLISTA Y PINTOR DE SIMÓN
Luís
Barón era pintor de multitudes y santos, hacedor de sueños y arquitecto de
esperanzas. Su talante de artista ingenuo, festivo y franco lo retrataba en sus
paisanos, tan cordiales como él. Vivió siempre en San Rafael de La Capellanía,
donde seguramente nació “el nono Mariano Arellano que fue independentista,
peleador, hablante de todo lo que eran historias, ebanista y músico”, lo que dio
en la vena del gusto porque fue acompañante de serenatas, compartidas con la
pintura de procesiones y costumbrismo. Mirando sus tallas y pinturas, decía:
“tomen ejemplo porque Bolívar se fregó por nosotros y todavía es la esperanza
que nos queda”
En
Luís Barón no hubo egoísmos ni afán de riqueza material. Vivió de acuerdo con los
valores que sellaron su formación y reforzaron su carácter desde la juventud:
lealtad a su tierra, estima por sus amigos, consecuencia con su parentela y
solidaridad por el diario hacer del campesino. Su obra, cultivada entre
pinceles y consejos del gato Medina y de don Eduardo Rojas, llegó a sensibilizarse
en el devocionario cristiano y el ideario bolivariano.
El
19 de mayo de 1813 hombres y mujeres de esta villa bailadorense salieron a
recibir a Simón Bolívar a la vera de los caminos y a vocearle ya como
Libertador, lo que quizá determinó su apego a la figura de Bolívar en sus
creaciones. De Don Luís puede decirse que sus manos de artesano, sus dedos de
pintor y su mente abierta al legado del costumbrismo lo hicieron cronista de lo
sencillo, de lo nativo.
BOLÍVAR EN LA MIRA DE LOS SUREÑOS
Los
pueblos del sur de Mérida son un montón de aldeas y caseríos, dispuestos como
un belén navideño, que zigzaguean en eterno retozar tras los pliegues de un
verdor incomparable. Canaguá, entre ellos, se eleva como la capital del
Municipio Arzobispo Chacón y cuna de grandes creadores que tienen por Simón
Bolívar un afecto entrañable, como lo reflejan las tallas de José Belandria. Se
empleó de vigilante nocturno en una compañía y para ahuyentar el hastío sin
nada en qué ocuparse “pasaba cortando pedacitos de madera para entretenerme
(..) en los días largos de viernes a domingo se me ocurrió una vez hacer
muñequitos y empecé a darle lentico porque tiempo tenía y sobraba”.
Allá,
en su Canaguá natal, labraba en el campo para levantar dignamente a su mujer y
7 hijos pero una enfermedad lo obligó a marchar a la capital y dedicarse a la
madera. De joven José Belandria recuerda
haber visto al maestro Florencio Contreras que hacía santos “pero el padre Garí
se los prohibió y que él no los iba a bendecir porque eso era malo”. Cuando se
decidió a trabajar lo que él llamaba “mis muñecos”, pensó en representar al
Libertador: “cuando hago a Simón Bolívar pido a Dios que me dé un espíritu,
porque eso es lo más respetuoso que yo hago porque es trabajoso y temido (..) de
niño yo aprendí que después de Dios, Simón Bolívar (..) y es que cuando yo lo
estoy tallando, lo hago con mucho respeto”.
DEL SUR DE MÉRIDA A LA CIUDAD JARDÍN
A
Maracay fue a residir Francisca Molina, una mujer nacida en el sur de Mérida.
Desde El Molino, hoy parroquia del Municipio Arzobispo Chacón salió un día en
busca de nuevos horizontes. La vida en el sur es dura. El infortunio tocó
temprano a su puerta y debió afrontar las privaciones en la muerte pronta de
sus hijos y para ganarse la vida debió comenzar “a retocar pesebres”. Pintaba
las imágenes y los santos del nacimiento hasta “que un día vino por casa el
padre Manuel Taciano Barillas vio la Virgen de Fátima y la bendijo, lo que me
sirvió para agregarle al aviso que también hacía imágenes”, cuenta en su
nobleza surandina. Es devota de la Virgen del Carmen, la Patrona de Canagua,
cuya fiesta celebran en diciembre.
taza y plato en homenaje a Simón Bolívar. Año 1815, elaborados en el taller de Fannen Fleury. Estilo imperio con tres patas de garra y roseta en relieve |
El
Libertador, en todas las épocas, ha sido distintivo de respeto y entre los
creadores populares se le rinde tributo sencillo de reverencia. Cualquiera sea
el material en que se plasme, Bolívar es un motivo de regodeo y exaltación para
los creadores. Es el caso de Francisca Molina cuando afirma que “a Bolívar yo
lo hago porque me gusta verlo entre las imágenes de los santos (..) yo para
hacer a Simón Bolívar, lo hago desde la memoria”. El Padre de La Patria merece
el afecto de los cultores sencillos como esta mejer, nacida entre las montañas
del sur: “si volviera Bolívar tremenda alegría que nos daría a los pobres (..)
él pelearía contra los politiqueros que la han chalequeado y que la tienen en
nada”.
Francisca Molina nació en el Municipio Arzobispo Chacón y es autora de esta obra, labrada en madera de cedro. |
Don José Belandria, nativo de Canaguá, es autor de la obra El Libertador, hecha en sauce |
General Bolívar, elaborado en madera de cedro por Luis Barón, de Bailadores |
Jarra Conmemorativa. Año 1826 y realizada en loza parlante, es decir sobre un hecho histórico que evoca aquí la Batalla de Carabobo. |
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