Ramón Sosa Pérez
Inadvertida resultó para muchos la
fecha del 10 de marzo de 1904 cuando arribó a Caracas el primer automóvil “que
surcó las empedradas calles de la capital (..) embarcado directamente a La
Guaira, debidamente embalado en un enorme cajón de madera..” y es que 50 años y
4 días más tarde, Canaguá, en medio de la liosa montaña surandina, recibía con apoteosis
las noveles pisadas del vehículo pionero en la comunicación de los pueblos, al sur
de Mérida. Se sumaban tarde los sureños al progreso nacional pero lejos de
apocarlos, el episodio es motivo de fundado orgullo pues la suya fue conquista
colectiva y no migas de la bonanza del Estado.
Según Luis Cordero Velásquez, cuando
llegó a Maracay el piloto Charles Lindbergh, ya en tierra y sin mirar al General
Gómez, se quedó sondeando el fuselaje del avión. Lejos de molestarlo, le dio buena
impresión y comentó que ese era el tipo que a él le simpatizaba porque se ocupaba
primero del caballo. Hombre de campo, Gómez valoraba las viejas querencias y
ello explica su interés en abrir la trasandina y aliviar las penurias del
arriero con el impulso de la vía para los vehículos que vincularon a los andes
con el resto del país. En 1925 llegó el primer carro a Mérida y casi 30 años
más tarde, el jeep conquistó el sur merideño.
DESTINO HISTÓRICO
Apunta la crónica que en 1559 el capitán Juan de Maldonado marchaba
desde Mucuchachí y divisó el valle de
Canaguá, de poca población y ánimo sereno. La nación Mukaria, cuyo asiento
vital era Aricagua, cubría la comarca canagüense y morada de los
nativos dispersos por vegas, cerros y lomas en laboreo de la tierra generosa. Construían
sus casas de tierra pisada entre peñascos y pendientes, dejando traza de
animosos agricultores. Después del duro
periplo de independencia, con el arribo de colonos que llegaron de distintos
lugares, Canaguá se remozó en su estructura civil y eclesiástica para abrir
caminos de progreso y desarrollo.
A mediados del siglo XX la iglesia avivó la redención del sur merideño,
iniciada por el padre Adonaí Noguera hacía ya unos 20 años. En el Libro de
Gobierno se asentó la fecha de llegada del padre José Eustorgio Rivas, el
miércoles 21 de octubre de 1953. Arribó escoltado a distancia por un grupo de
jinetes que apuraba el paso desde El Rincón para alcanzar al pastor que en la
briosa mulita de Cirilo García entró raudo al pueblo, inaugurando un tiempo de
esperanza. Otra fecha, entre muchas, aguardaba como el más importante icono de
avanzada en la historia del sur: 15 de marzo de 1954.
SIN CARRETERA NO HAY DESARROLLO
La gran dificultad a vencer era la falta de vías de comunicación. No
había forma de relacionarse con los vecinos, menos aún con la capital o con el
resto del país. El padre lo apuntó: “cuando el viajero salía de Santa Cruz de
Mora, allí dejaba las comodidades, la vida fácil, e iniciaba una aventura con
altibajos, sorpresas y peligros. Viajar a cualquier pueblo del sur merideño era
entrar a un país distinto”. Varados en medio de la serranía, sin otro estímulo
que la palabra de la iglesia, los canagüenses no avizoraban otro porvenir, así
que el sacerdote asumió el reto.
A tal punto llegaba la desidia oficial que hasta
se pensó en reubicar los pueblos del sur, antes que promover su desarrollo. “Con
carretera hay cultura y con cultura hay mejor vida”, citaba en el sermón
dominical, al tiempo que iba dosificando la necesidad de organizarlos. Convocó a
los parroquianos a una cruzada sin precedentes con resultado sorprendente. Más
de 400 centros catequísticos en Canaguá concienciaron a su gente para que
buscara salida a sus penurias. Ante la imposibilidad que alguien construyera la
carretera, el cura se planteó la idea de llevar el jeep al pueblo para motivar
así a la gente que abrieran la vía.
EL HOMBRE
CLAVE
Se requería persuadir para vencer, refería. En
cuanto lugar se lo permitían echó a andar la urgencia de la vía. Los fieles escuchaban su prédica
pero pocos se atrevían a secundarlo. En la Misa de Gallo del 24 de diciembre
anunció que llevaría el jeep desde Santa Cruz de Mora, por el camino de recuas,
y que demostrarían al gobernador que los sureños eran capaces de seguir su
sueño con su propia voluntad. Supo que en El Molino andaba por esos días Abdón
Carrero, un paisano que se ganaba la vida de chofer en el Concejo Municipal de
Mérida y pensó que era la pieza clave del rompecabezas.
De raíz campechana, Abdón nació
el 21 de mayo de 1928 y se hizo hombre pronto, obligado por la urgencia hogareña.
A los 17 años llegó al Táchira, buscando nuevos aires a su espíritu entusiasta.
Probó suerte en muchos oficios pero el que más afecto ganó fue el de la
panadería que le enseñó a “ganarse el pan con el sudor de la frente”. Contrajo
tempranas nupcias con Ramona Díaz, la amada consorte que en virtuoso matrimonio
procrearon 6 hijos, “mis amigos y compañeros”, como los define en íntima
franqueza. Para 1954 había retornado a la ciudad como chofer de plaza, con
título en mano, y empleado ya en el Concejo Municipal de Mérida.
GUERREROS DE
LA MONTAÑA
En su visita por El Molino, lo
contactó el padre Rivas: “Amigo, soy el párroco de Canaguá y vengo a informarme
con Ud, si es posible traer un jeep hasta acá?”. Lo original del pedimento lo dejó pasmado porque jamás imaginó
que un carro se asomara por sus cerros y así respondió: “creo que es posible,
pero...”. No lo dejó concluir pues dio por hecho que había cundido su
entusiasmo. A fines de febrero un telegrama le avisó que había comprado el carro
en la agencia de don Timoteo Aguirre en 6000 Bs. La historia aguardaba para
inscribir su nombre en lo alto de la montaña surandina.
En un par de meses cumpliría 26
años y su vigor le impulsó a apoyar la idea, hecha pueblo, porque el cura había
ganado mucho interés popular. El Obispo Coadjutor de Mérida José Humberto
Quintero, en Visita Pastoral, recibió el plan de trabajo: “jueves 25 de febrero
salida de Santa Cruz de Mora, viernes 26 El Molino y el domingo 28, Canaguá”.
El prelado, un precavido paramero, aconsejó prudencia para no cansar a los
camineros pero no pudo con la emoción del padre Rivas. El jueves de la última
semana de febrero se inició la aventura en El Guayabal de Santa Cruz.
EL GRITO SALVADOR
DE SILVINO
No todos los convocados llegaron
a tiempo por lo que el cura rondaba con mucha agitación ese día. Abdón Carrero
y Clodomiro Méndez, paisano de Canaguá, llegaron con los jeeps y antes que el desaliento
los rematara apareció providencialmente Silvino Ramírez, un fornido labriego de
San Isidro Alto, con varios aldeanos y vecinos que se sumaron al manojo de
molineros que allí estaban. La indecisión de tomar atajos fue resuelta por el ruidoso
grito que se internó en la oscura fronda: “Arriba carajo, por el potrero de La
Montañuela!!”, señalando la silvestre cuesta por donde subiría el jeep que aquella
mañana condujo Silvino.
Loma arriba subieron los hombres,
ora empujando el jeep, ora remolcándolo a hombros en los pasos más peligrosos
mientras Silvino Ramírez en ímpetu desbordado, salvaba la cima rompiendo paso
con el tope del campero hasta llegar a Los Blanquiscales. Se hospedaron los
hombres, extenuados y hambrientos pero insuflados de ánimo por el logro. La
segunda jornada puso a Abdón en la vanguardia y el desafío se probó en el paso
de La Laja, donde debió apurar un prolongado y espirituoso trago antes de
domeñar la roca. Llegaron al sitio de Betania, luego de esperar un día para
reparar el averiado jeep de Clodomiro Méndez.
EN LA TIERRA
DE DON ABDÓN
El Molino surgió como caserío de
Canaguá a finales del siglo XIX y sus antiguos habitantes procedían de Tovar. La
tierra fecunda para el trigo, arvejas y maíz requirió que se aprovisionaran de
un molino para moler los trigales. Ubicado en un estupendo paraje junto al río,
en la medianía de Santa Cruz y Canaguá, devino en posada para los viandantes. A
poco, el trigo esterilizó los predios fértiles y al final, sólo prevaleció el
nombre del pueblo. El lunes 1º de marzo de 1954 llegaron a El Molino los
hombres del carro. Con tropel de jinetes, salvas de morteros y Misa de Acción
de Gracias, los saludaron a la entrada del villorrio.
Aguardaron un par de semanas
mientras los voluntarios ensanchaban la trocha del arreo. Abdón Carrero, a lomo
de mula, regresó a dar cuenta de la ausencia en el Concejo Municipal pues había
vencido su licencia. Las diarias cayapas se sucedían con nuevos bríos y los
picos, azadones y palancas iban de mano en mano componiendo cada paso, a riesgo
de los hombres que sólo pedían fuerzas al Altísimo, guiados por el cura
caminero José Eustorgio Rivas. Regresó el chofer molinero a su titánica tarea y
con los firmes montañeses continuó la proeza más portentosa que conoce el sur
merideño.
FIESTA EN
CANAGUÁ
Agotados pero sin ceder un ápice al
desmayo, los hombres del camino proseguían la marcha que al cabo de 17 días y
muchas noches, marcó fin el domingo 14 de marzo de 1954. He aquí el testimonio,
escrito por el padre Rivas: “amaneció el abandonado pueblo vestido de fiesta,
sus calles adornadas con bambalinas y pancartas. A la entrada lucía un arco de
flores del lugar. Por el camino de Río Arriba, de Las Aguadas y La Laguna,
avanzaba un río humano: hombres, mujeres, niños, a pie y a caballo. Una
manifestación jubilosa de la comunidad, dirigida por las autoridades, las
maestras y las fuerzas vivas, que se sentían comprometidas con el progreso del
lugar”.
En 2004, a 50 años de la hazaña en
Canaguá, el Cronista Municipal de Arzobispo Chacón y Orador de Orden, Ramón
Sosa Pérez, evocó el legado de José Eustorgio Rivas: “Su obra fue decisiva en
la forja de un nuevo hombre que no se sintiera forastero en su propia tierra y
cuyo aporte significara adelanto, progreso, desarrollo y bienestar”. A ello
agregamos lo que Don Abdón Carrero sostiene, con la entereza de sus 86 años: “Canaguá
no ha reconocido aún la valía del trabajo que impulsó el Padre Rivas”. Don
Abdón Carrero es una institución, un símbolo y un patrimonio de esta historia
surmerideña que él contribuyó a escribir hace 60 años.
Don Silvino Ramírez, en El Alto del Guayabal, animó a los canagüenses para iniciar la Campaña de Los Picos |
Los campesinos del sur, en un voluntariado impresionante, emprenden la lucha para liberarse del atraso y la incomunicación |
Doña Delia Torres y su hijo, el Padre José Eustorgio Rivas T, por los caminos de la recua, en el sur merideño. |
Don Abdón Carrero, de El Molino, es patrimonio viviente de la historia sureña que comenzó a escribirse hace 60 años en Canaguá. |
En la iglesia de Canaguá, don Abdón Carrero recibe Homenaje de la Alcaldía en el año 2004. (Foto Cortesía JRRA) |
El Cazador”; emblemático campero que Miguelito Rivas conservó como reliquia de grata historia canagüense. (Foto Cortesía JRRA) |
Miguel R. Contreras, Abdón Carrero y Teodulfo Sosa, en el 50º aniversario de la llegada del primer jeep a Canaguá, en 2004. (Foto Cortesía JRRA) |
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