“Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me
falta el amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque
tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios, -el saber más
elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el
amor nada soy. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi
cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve. El
amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni
se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por
la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la
verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta
todo. El amor nunca pasará. Las profecías perderán su razón de ser, callarán
las lenguas y ya no servirá el saber más elevado. Porque este saber queda muy
imperfecto, y nuestras profecías también son algo muy limitado; y cuando llegue
lo perfecto, lo que es limitado desaparecerá. Cuando era niño, hablaba como
niño, pensaba y razonaba como niño. Pero cuando me hice hombre, dejé de lado
las cosas de niño. Así también en el momento presente vemos las cosas como en
un mal espejo y hay que adivinarlas, pero entonces las veremos cara a cara.
Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora, pues,
son válidas la fe, la esperanza y el amor; las tres, pero la mayor de estas tres
es el amor” (1 Cor 13, 1-13)
“SI ME FALTA EL AMOR, NADA SOY”
Este capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios es sin duda una de las
páginas más bellas de los escritos paulinos, no solamente por la riqueza en su
contenido sino por la connotación literaria y llena de vida que expresa. Quizás
hemos escuchado este texto en reiteradas oportunidades y aunque nos parezca
atrayente, no hemos tenido la delicadeza de detenernos ante él para reflexionar
y meditar lo que el Señor, a través del apóstol San Pablo, quiere
transmitirnos.
Parece curioso hoy en día ver la cantidad de jóvenes que citan algunos
extractos de este “himno al amor” y lo publican en las redes sociales
sintiéndose identificados con lo que dice allí, relacionándolo con el amor de
pareja o con un deseo egoísta de posesión sensible o pasional. Lamentablemente
la sociedad tiene una concepción muy limitada del amor, por esta razón
comenzaremos esta reflexión por explicar la verdadera esencia del amor para
poder interpretar lo que el apóstol quiere decir.
Ya desde los antiguos griegos se viene hablando de tres manifestaciones del
amor conocidas con el nombre de Eros, Philia y Ágape. El Papa Benedicto XVI en
el numeral 3 de su Carta Encíclica Deus Caritas est nos dice que el amor Eros
se refiere al amor entre hombre y mujer, este término en el Antiguo Testamento
griego se usa dos veces; el Philia es el amor de amistad, en el Nuevo
Testamento es aceptado y profundizado en el Evangelio de Juan para expresar la
relación entre Jesús y sus discípulos. Y el Amor Ágape es el preferido por los
escritos neotestamentarios. Pero ¿Qué es el Ágape?
Aunque el apóstol al hablar del amor pareciera mirar sobre todo al prójimo,
no se refiere a ese amor o simpatía que surge de manera espontanea en nosotros
buscando el bien del otro, sino a un amor que trasciende y supera todo lo
creado y se remonta a su creador, este amor nace del amor de Dios a los
hombres, nosotros podemos corresponder a ese amor por el don del Espíritu Santo
y en virtud de ese mismo amor descubrimos en nuestro prójimo al mismo Dios.
Ahora bien, en esta perícopa o extracto bíblico que tiene un sentido
unitario y coherente, podemos resaltar tres aspectos importantes que forman el
cuerpo del mismo: la superioridad y necesidad absoluta del amor, las manifestaciones
y características concretas y la eterna permanencia del amor.
Conviene resaltar también el contexto en el cual escribe San Pablo, una
comunidad en donde se insinúa la división y la discriminación, es por ello que
en el capítulo que precede al himno al amor, el autor habla del “Cuerpo Místico
de Cristo” donde Él es la cabeza y nosotros somos su cuerpo. Luego, en ese
cuerpo, Dios ha derramado infinidad de dones a cada uno nosotros sus miembros,
pero entre todos ellos, el amor es un don tan excelente, que sin él los demás
dones pierden su razón de ser. Por esto, Santo Tomás de Aquino nos comenta que
el Apóstol “con razón compara las palabras carentes de caridad al sonido de
unos instrumentos sin vida, al de la campana o los platillos que, aunque produzcan
un sonido diáfano, sin embargo, es un sonido muerto. Lo mismo ocurre con el
discurso de un hombre sin amor; aunque sea brillante, es considerado como
muerto porque no aprovecha para merecer la vida eterna”.
Este himno nos describe las quince propiedades o características del amor.
El amor es paciente, es decir, actúa con serenidad en las situaciones adversas
y contratiempos, o como decía San Gregorio Magno: “lleva con ecuanimidad los
males que le infligen”. Es benigno, Santo Tomás de Aquino define la benignidad
como “buena ignición”, “así como el fuego hace que los elementos sólidos se
licuen y se derramen, el amor hace que los bienes que tiene el hombre no los
retenga para sí, sino que los difunda a los demás”. El amor no es envidioso
ante los triunfos del prójimo. No es orgulloso pues evita hablar y obrar
arrogantemente. No se hincha evitando incluso el pensar alto de sí mismo. No es
descortés ni interesado es decir, no busca utilizar al prójimo. No se irrita si
las cosas no salen a su gusto y aunque las injurias vengan a provocarnos, no se
deja conmover por la venganza, por ello, no toma en cuenta el mal ni guarda
odio por nadie. El amor no se alegra de la injusticia que otros cometan, aunque
ello traiga alguna ventaja momentánea. Se complace en la verdad, participa de
la alegría que siente Dios y todos los hombres buenos cuando las cosas van por
el recto camino. El amor todo lo excusa, tapa cuanto puede de los defectos de
los demás. Todo lo cree pues tiene la tendencia a suponer en todos recta intención.
Todo lo espera, no desconfía de las cosas y de las promesas que se le hacen y
todo lo tolera. Luego de haber visto estas características es momento propicio
para preguntarnos: ¿Es ésta la concepción de amor que yo tengo en mi vida?
¿Verdaderamente estoy practicando el amor? ¿Qué es lo que más me cuesta para
vivir en el amor?, ¿En mi vida personal, cuántas veces he amado verdaderamente?
Sin duda que el amor resume en sí todas las demás virtudes, que no son sino
modalidades diversas de un mismo amor.
En este mismo orden de ideas, el autor expresa la duración por siempre del
amor: todo pasa, los carismas de profecía, lenguas, ciencia. Pasarán incluso la
fe y la esperanza pero sólo el amor permanecerá eternamente, gozándose de la
unión directa y estrecha con el objeto amado. En este sentido es mayor que
todos los demás dones de Dios: cada uno de ellos es concedido con el fin de que
el hombre alcance la perfección y la bienaventuranza definitiva; el amor, en
cambio es la misma bienaventuranza. En nuestra Madre celestial, la Virgen María
podemos ver un prototipo claro del amor perfecto y auténtico, traducido en
donación por completo de sí misma a Dios y a todos nosotros; por lo tanto, a
ejemplo de ella, la invitación última es a permanecer en el amor y como dice
san Juan, “quien permanece en el amor, permanece en Dios” (1 Jn 4,16)
Sem. Emerson Mora Mora
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