Ramón Sosa Pérez
Un
día cualquiera del año 1947 Teodoro Vovk puso tierra de por medio entre el Viejo
y el Nuevo Mundo, así llamados para distinguir a Europa del continente
Americano. El fortuito viaje de entonces lo trajo a Venezuela. Con apenas 27
años de edad, su vida azarosa y de
condición impensada, ya estaba habituada a los sinsabores y al padecimiento de
mil hostilidades pues las fuerzas de ocupación nazi se encargaron de hacerles
entender por la fuerza de las balas, que Hitler les había secuestrado el don de
la libertad, en la brutal arremetida contra Eslovenia.
Su
nombre literal era Teodoro, que se escribía en la lengua madre como Biozidar, que
en griego traduce “el regalo de Dios”. Su hogar católico en Shkofya Loka se fundó
sobre un otero de grato panorama y alrededor de un castillo en lo alto que
antes se llamó Ciudad de los Obispos o Bischoffslack en alemán, evocando al grupo
de purpurados que la estableció en la hoy comarca italiana del Tirol del sur.
Joseph, su padre, se hizo militar de carrera bajo la bandera de la monarquía
Austro-húngara, que agrupaba, además de Eslovenia, a Croacia, el norte de
Italia, Eslovaquia, Hungría y parte de Rumanía.
LOS PRIMEROS AÑOS
Nació
Teodoro Vovk “a las 10 de la mañana de un soleado domingo de marzo, en
Eslovenia”. Era 14 de marzo de 1920 y de sus recuerdos de niño citaba que su
ciudad era un enclave por donde viajaban, ya unidos, dos ríos de considerable
caudal, el Poljanska Sora y el Selska Sora. Solidarios en un brazo de inseparable
nombre, el Sora, iban a desaguar en el vigoroso Danubio en Belgrado, capital de
Serbia. Muchos años más tarde, en su estancia como médico de El Morro, solía
contar que en su niñez y junto a la madre, disfrutaba plácidamente en las aguas
de aquel torrentoso río.
Esa
ciudad, en la que se crió Teodoro, era sosegado oasis que en su recato exhibía desde
fecha inmemorial una patrimonial fábrica de sombreros que por generaciones fue
emblema de los casi 3000 habitantes que coexistían en proximidad con la ruralía
“porque la ciudad era un verdadero poema de la naturaleza”. Jamás olvidaría lo que
apenas chico escuchó de los ancianos sobre los turcos que, llegando de Bosnia,
invadían la ciudad para cazar muchachas y muchachos, a quienes enseñaban la
religión mahometana, sometían y esclavizaban. A ellas las convertían en
servidoras y a los jóvenes en guerreros, mientras cada turco se daba la vida de
gran señor.
ENTRE CAMPESINOS
El
viejo Vovk se desempeñaba en un Juzgado y desde allí labró afecto entre los
labriegos a quienes ayudaba a resolver sus problemas. Cuando iba al campo,
llevaba a sus críos para que aprendieran el trabajo. Teodoro se juntaba con su
padre a cooperar en todo. Cosechar el heno, guarecerlo para los grandes
inviernos o reparar los graneros de almacenar provisiones, eran tareas que
aprendió pronto. La madre- maestra, compartía su profesión con el laboreo de un
pequeño prado, dejó huella en el hijo que hallaría eco en su vivencia como
médico en un pueblo del sur de Mérida.
Concluida
la primaria en Shkofya Loka, la familia se traslada a Ljubljana para proseguir
los estudios del liceo. Las suyas eran las mejores notas del curso y la condición
la debía seguramente “al recio carácter de la madre maestra que supo inculcar
responsabilidad y cumplimiento”. Comenzó temprano a jugar el fútbol, a despecho
del padre que se quejaba del gasto de sus zapatos en una familia de limitados
recursos. Se matriculó en el equipo Ljubljana de Primera División, con el que
militó en la Liga Nacional de Yugoslavia. Los resultados eran excelentes pero a
costa del sacrificio de sus estudios que estuvo a punto de abandonar.
EN LAS ERGASTULAS DEL COMUNISMO
En
la Semana Santa de 1941, contaba el Dr. Vovk, nos invadieron Hitler y
Mussolini. En el reparto, la región donde vivíamos en la capital de Eslovenia,
le quedó a los italianos y con esta ocupación se acabó para mí, el futbol, la
medicina y la libertad. Los italianos, decía, fueron en principio más
tolerantes que los alemanes quienes invadieron el otro lado de Eslovenia,
reclutando jóvenes, matando sacerdotes y destruyendo iglesias. Luego los
italianos endurecieron su línea, minaron la ciudad y enviaban a los jóvenes a
los campos de concentración.
En
bachillerato hubo tropiezos pese a que sus notas eran buenas. La decisión por
el futbol le mermó compromiso en clases y cuando se ausentaba por los juegos, retrasaba
los exámenes y la consecuencia no era aprobada por nadie. Sus hermanas le
aconsejaron que desistiera de la carrera de ingeniería en construcción y lo
motivaron a estudiar medicina, ya que ellas eran enfermeras y le avizoraban mejor
destino. La Facultad de Medicina de la Universidad de Ljubljana no ofrecía la
carrera completa y Federico debía concluirla en Austria, pero la situación
política se lo impedía.
MÉDICO POR COMPROMISO
Teodoro
Vovk, cesante de los estudios por la fuerza política, se salvó de ser enviado
al frente porque se había empleado en el duro trabajo del ferrocarril y las
fuerzas de ocupación italiana fueron permisivas entonces. Irreductible en su
credo, Teodoro se declaró abiertamente en contra del naciente comunismo y sus
asociados y ello le llevó a enfrentar el oprobio del destierro y las
humillaciones. En 1944 tomó las montañas de St. Jost, una aldea cerca de
Ljubljana “y juntarme a los defensores contra los comunistas”. Para la época se
había casado con Mihela, excompañera de Medicina en la Universidad y quien le
seguiría años más tarde a Venezuela.
Prestó
a los aldeanos un gran servicio comunitario en tareas de médico. En la montaña
había necesidades múltiples y las nociones que Vovk adquirió en sus años de
universidad fueron apenas suficientes para cooperar con los campesinos que le
pagaban compartiendo las escasas provisiones de su alacena. Mihela fue a su
encuentro y ambos ayudaron a las familias en la dura experiencia de la lucha
contra la invasión alemana que ante la capitulación de Italia, también se apoderó
de la capital. Era un miliciano de paz que soportó con estoicismo, junto a los
refugiados, los ataques de bandos que pretendían repartirse el botín esloveno.
RUMBO A VENEZUELA
Para
ganarse la vida, Teodoro aguzó en su experiencia de juventud. En la frontera
austríaca se ofreció a los croatas para servir de guía por territorios
italianos y en ocasiones les vendía caballos que conseguía a precios bajos porque
habían sido abandonados por los casacos rusos. Se estableció en Agraz, la
segunda ciudad en importancia de Austria y allí culminó sus estudios de Medicina
Universal en septiembre de 1946 con calificación de Absolutorium, a la usanza
latina. Se graduó el 14 de mayo de 1947 en la Universidad de Agraz. Una breve
pasantía en el Spittal ober Drau, en Carintia, hoy con minoría eslovena, antes
de zarpar a América.
Cansado
de tantas guerras, Teodoro Vovk ansiaba otro horizonte. Confesaría luego que su
dilema era “salir de Europa e iniciar una nueva vida. Podía esperar una
oportunidad para irme a los EEUU pero debía ir a Corea como médico pero odiaba
la guerra. Podía ir a Canadá pero debía trabajar un año en los bosques (..)
podía ir a Brasil, Argentina o Australia a través de algunos contactos,
esencialmente del sacerdote católico Janez Hladnik con el general Perón, como
lo hicieron muchos de mis paisanos”. Escogió Venezuela porque huía de las
dictaduras y al menos la conocía por las estampillas que coleccionaba antes de
la guerra. Llegó al país en agosto de 1947.
SU GRAN DESTINO
A
través de Austria y Alemania, junto a 34 europeos que llevaban similar rumbo,
viajaron en un tren que trasladaba ganado hasta el puerto de Bremerhaven,
mientras llegaba el barco para Venezuela. La ciudad sufrió agresiones de los
bombarderos de la II Guerra Mundial. A los 12 días del embarque llegaron a La
Guaira y “con 10 dólares en el bolsillo que nos hizo llegar el gobierno de
Venezuela, cubrimos las necesidades elementales, más allá de alimentación y
alojamiento que nos garantizaban”, refería en sus recuerdos.
Un
sacerdote salesiano de apellido Trampuzh, nativo de Eslovenia y con 17 años en
el país, condujo al Dr. Vovk hasta el Ministerio de Sanidad y allí revisaron
las plazas vacantes de médicos en el interior. Se decidió por Mérida y la
bondad de clima, parecido al suyo, según el cura. El mapa le señaló a Aricagua y
aceptó de inmediato. Viajó en avión y ya en la ciudad, se presentó a la Unidad
Sanitaria que lo refirió a Ejido para que puliera el español ayudando al médico,
de apellido Quintero. En 1 mes llegaron de Aricagua para acompañarlo a su
destino en el sur de Mérida.
SU GRAN SUEÑO
Poco
más de 1 año duró su invalorable servicio en Aricagua, a la que proveyó de
grandes beneficios, de donde fue trasladado por motivos de salud y que el clima
no le fue propicio. En su historia apenas un profesional de la medicina hubo en
tiempos de Gómez y a la muerte del dictador, el galeno se internaba en su habitación
para no atender a nadie y los vecinos le tomaron ojeriza. Al Dr. Vovk le tocó
enfrentar la imagen de su predecesor y ganarse la confianza de todos. Colectaba
medicamentos de los laboratorios que llegaban por las embajadas a Caracas y
luego a Mérida, de donde las recogía don Melecio Rojas y a lomo de mula, las llevaba
a Aricagua.
El
17 de agosto de 1948 fue trasladado a la medicatura de El Morro, desde donde
debía atender las aldeas de Los Nevados y Acequias. A lomo de mula iba cada mes
por los caseríos pregonando el bien, animando a su gente laboriosa, llevando un
mendrugo de pan y siempre las alforjas cargadas de medicamentos para los humildes.
Su profunda fe católica, amor a los pobres y desinteresada entrega a las
necesidades del pueblo lo hizo un vecino más de El Morro. Allí pasó 10 años de
su vida profesional y su afecto fue tan grande que doña Mihela, su esposa, vino
a residir entre los morrenses con su hija Daría, desde Eslovenia.
Teodoro
Vovk, un inmigrante que desafió las mazmorras de Hitler, sufrió el asedio
italiano de Mussolini sin sucumbir ante la hambruna de la Europa de la II
Guerra Mundial, fue un servidor público en los pueblos del sur de Mérida por
más de 2 décadas. En el tiempo prolongó sus querencias y una casita modesta,
conservada en el mejor recuerdo de su gente, es testimonio en Tapiecitas del
hombre que los sirvió como un gran apóstol de la medicina. Murió en Cumaná el
27 de noviembre de 2010, con un legado que se extiende a Daría, a sus nietos
Paúl, Ivan y Anita y a su ahijado de El Morro José Inocente Ruíz, sucesor de su
memoria sempiterna.
A la edad de 9 años, en Eslovenia |
En 1943, paseando con su novia Mihela en Eslovenia, durante la ocupación italiana |
Al llegar a Venezuela, en agosto de 1947 |
La casita en Tapiecitas, donde residía el Dr. Teodoro Vovk |
A lomo de su mula blanca visitaba lejanos caseríos |
Con doña Mihela y Daría, esposa e hija. |
El doctor Teodoro Vovk en el año 2010 |
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