Ramón
Sosa Pérez
“A las diez y cuarto
de la noche, en punto, por el reloj de la catedral de Mérida, que quedó parado
indicando esa hora por muchos días”, precisó don Tulio Febres Cordero el momento
del estremecimiento mayor que se sintió en la ciudad y en varios pueblos vecinos.
El pavoroso remezón, ocurrido el 28 de abril de 1894, sería a la postre el más
violento de cuantos han azotado la región. La onda funesta cruzó rauda por
Lagunillas, Chiguará, Jají, Santa Cruz, Mesa Bolívar, Tovar, Zea y fue a
perderse en Ocaña, Bucaramanga y Bogotá, en Colombia. En pueblos del Táchira
hubo daños aterradores y en Mérida las pérdidas fueron incalculables.
Un par de meses más
tarde, en la Imprenta de Picón Grillet, José Ignacio Lares publicó el
cuadernillo Volvamos al Hogar que, al
citar el cataclismo, traduce el desamparo del momento: “..desde esa luctuosa
noche, tristemente memorable para las generaciones presentes, vagamos a la
vista de nuestras arruinadas casas, mirando con horror el que fue amado techo y
que nos cobijó benigno en nuestros días de pena y de placer hasta esa lúgubre
noche de llanto inolvidable..”. Mérida aguantaba ese día aciago del 28 de abril
de 1894, el lóbrego siniestro que la historia llamará El Gran Terremoto de Los
Andes.
ANTECEDENTES DE HISTORIA
En minucioso rastreo,
Lares provee referencias de sismos y temblores ocurridos en la región. El
detalle permite a los merideños de 1894 y a la generación de hoy, conocer el sumario
que arranca con el primer terremoto que registra la historia, luego de la
conquista, el 3 de febrero de 1610 “que destruyó a Mérida y La Grita, tuvo por
centro de conmoción las faldas de la cordillera que miran al lago de Maracaibo,
situada entre aquellas dos ciudades, precisamente los mismos lugares que
escogió por foco la última catástrofe de que hemos sido testigos”.
Unos 34 años más
tarde, el 16 de enero de 1644 Mérida fue sacudida por otro sismo, con radio
mayor que el anterior y el 26 de marzo de 1812 en que quedaron enterrados bajo
las ruinas de Mérida, Barquisimeto y Caracas unos 2 mil cadáveres. Vendrán
luego: el 12 de agosto de 1834, con envión fatal sobre Santo Domingo, el 26 de febrero de 1849, con golpe certero
en Lobatera, el 26 de junio de 1870, cuya onda destructora llegó hasta El
Tocuyo, el 18 de mayo de 1875 cuando “la temible fuerza del terremoto conmovió
los cimientos de Cúcuta y algunos pueblos de Táchira y Mérida” y el 8 de
octubre de 1886 sobre Trujillo.
ABRIL DE 1894
A los 8 anteriores se
añade el ocurrido 26 de abril de 1894, cuya dimensión relataron José Ignacio
Lares, Miguel y Tulio Febres Cordero, rehaciendo una estadística de la
tragedia, en cifras de heridos, fallecidos y adosando datos para describir los daños
materiales. En sus Apuntes Históricos del Terremoto de Los Andes, don Tulio
anota: “su epicentro, parece que estuvo en las selvas de Onia entre los ríos
Chama y Escalante, donde algunos meses después, en paraje muy distante del
poblado, pudieron observar algunos excursionistas un circuito en que la selva
virgen aparecía muerta o seca y hacia el centro completamente destrozada”.
La creencia lugareña
dejó su nota en el raro proceder de algunas aves que volaron temprano de sus
nidos, serpientes que desde los solares intentaban escapar apenas oscureció, cabras
de corrales cercanos que doblaban sus rodillas, ovejas que balaban con angustia
y perros que ladraban con inquietud y sin motivo aparente. Los cronistas,
semanas más tarde, junto al vecindario que se reponía del caos, asociaban los episodios
como rasgos premonitorios del terremoto. A las 10 y cuarto, cuando la gente
dormía, sobrevino el estrépito y el pavor general se apoderó de todo.
DESAMPARO, MUERTE Y SOLEDAD
Cuando se entregaban
al reposo y agotado el rosario familiar, el ruido atronador los alarmó. Decenas
debieron morir en sus lechos sin apenas percatarse en tanto que otros, por ayudarse
y ayudar a los suyos, perecieron en el intento. La desesperación se calca en el
texto de José Ignacio Lares: “el memorable 28 de abril pasado, la misteriosa
fuerza que indudablemente existe en las profundidades de la tierra, hirió con
formidable impulso el corazón de nuestros andes, quebrantando horriblemente a
Mérida y Tovar, y destruyendo a Zea, Chiguará, Lagunillas, Santa Cruz, Guaraque
(..), causando en todo más de 400 víctimas”.
Miguel Febres
Cordero, Redactor de El Correo de La
Sierra, escribió dolorida crónica: “pérfida noche de abril extiende sus
negras alas sobre poblaciones tranquilas que nunca imaginaban la ruina y el
dolor tras la densa oscuridad que las envuelve..”. Unas líneas más adelante, en
el artículo Las Dos Ondas, subraya: “la
tierra se sacude con violencia, el Ande se estremece, la ciudad se cuartea y a
varios de sus pueblos circunvecinos hunde pavoroso cataclismo. Clamores al
cielo, gritos de desesperación, gemidos y ayes resuenan por el solitario valle,
teatro de angustiosos sufrimientos”, mientras en los pueblos, los curas hacían ya
el censo fatal.
SOLIDARIDAD MILITANTE
Unos más, otros menos
pero, en definitiva, las pérdidas los dejaron en orfandad. Uno de ellos, Don
Tulio, perdió entre su pródiga arcada de gran valor, muchas piezas del archivo
particular y, lo más angustioso para él; El Lápiz quedó en ruinas, esa empresa
tipográfica que apilaba en minucioso sumario la tradición, usanza y
cotidianidad de Mérida, sufrió graves secuelas. Su hermano Miguel, informa a
los suscriptores de aquel: “como quiera que El Lápiz ha quedado en ruina, El
Correo de la Sierra cuenta con la colaboración del arruinado colega y le abre
en sus columnas un Departamento que se llamará Apuntes de El Lápiz”.
En la respuesta, la
nobleza de don Tulio no se hizo esperar. “aprovechamos esta oportunidad para
expresar nuestra gratitud a los bondadosos colegas que nos han enviado palabras
de simpatía, con motivo de la ruina sufrida por El Lápiz, a causa del
terremoto”. Los edificios y casa de la ciudad se vinieron abajo, como se
atestigua en escritos, tal es el caso de los templos y la Catedral que soportó
deterioros en su presbiterio, altares, torres, sacristía y “la Capilla de San
Pedro, en el templo de Sagrario, es uno de los edificios más arruinados”, acusó
el periódico Correo de La Sierra, en 1894.
LAS CIFRAS ACIAGAS
Para el investigador
Jaime Lafaille “el terremoto de 1894 es quizá el más importante de la historia
sísmica venezolana”, agregando que don Tulio es el cronista que mayores aportes
da para indicar lo que el evento generó “y que nos ha llevado a considerar que
este terremoto es probablemente el más grande que ha ocurrido en los andes y su
magnitud se ubica cercana a los 7 grados en la escala de Ritcher, de tal forma
que no tenemos otro dato en la historia
sísmica venezolana que (..) pueda ser comparable al de 1894”.
El historiador Acacio
Zerpa recalca: “en Lagunillas había para 1894 una iglesia dedicada a Santiago Apóstol
y otra a la Virgen del Carmen. La noche del 28 de abril quedaron en escombros y
la cifra de fallecidos alcanzó a 21”. La crónica deja evidencias del
derramamiento de la Laguna y “al recorrer espacios arrasó con sembradíos y
destruyó casas de vecindario, como cita Julio César Salas al referir el
desbordamiento de sus aguas”. Otros apuntes indican que en Chiguará “una
manzana completa del pueblo se deslizó hacia el barranco con que colinda el
pueblo, las casas se precipitaron y las gentes, murieron”.
LA ONDA LLEGA AL MOCOTÍES
De las 315 víctimas
oficiales, 115 son de Santa Cruz de Mora. El suyo es el daño de mayor
consideración, tal como lo ratifica el trabajo documental sistematizado por la
investigadora Sobeira Nieto y realizado por Valentina Salcedo. Miguel Febres
Cordero escribe, a propósito del terremoto: “Mérida ve con pesar desgarradas
las faldas de sus montes (..) Pregunta por sus pueblos y no se le responde y
cuando a medida de las distancias, van llegando los partes del estrago, sabe
con amargura que algunos de ellos están destruidos, que Lagunillas está
arruinada, Tovar vacila, Santa Cruz y Zea no existen, son cadáveres..”.
Don Luis Paparoni,
descendiente de los primeros italianos que llegaron a Santa Cruz, recuerda que
don Calógero, su padre, le contaba que había venido un albañil de Italia a
reconstruir las casas averiadas y a reparar otras”. El Tovar de 1894 tenía 11
calles y las haciendas Los Limones, Chimborazo, La Quinta, La Jabonera y Cucuchica.
El historiador Néstor Sánchez refiere un dato muy importante en la historia de
Tovar, a raíz del terremoto “para 1893 se casaron allí 50 parejas mientras que
para finales del año 94 y 95 se triplicaron a 200, lo que se explica en temor
al terremoto, derivadas de la creencia de entonces en pensar en otras
causas”.
El cronista Ramiro
Hernández cita a Rafael Rondón Peña: “él estaba en la plaza pública esa noche y
narra que se derrumbó completamente el pueblo de Zea, con víctimas en Los
Giros, La Platina, El Playón y en límites del Táchira, según “El Misionero de
La Grita” que precisa en 100 o 120 los muertos entre Zea y San Simón (..) pero
lo importante es que a raíz del evento, Zea comienza a reconstruirse en la
iglesia, las calles y la fisonomía física que tiene hoy”. Fiel a la usanza
centenaria, doña María Salas de Petrella, no olvida “el Tedeum por las víctimas
de Zea, cada 28 de abril” y en los últimos 50 años es la fervorosa guardiana del
memorial.
PESADILLA
El Liberal de
Maracaibo, del 8 de mayo de 1894 asienta: “a la Catedral se le cayeron los
techos, a la iglesia del Carmen todo el frente, y los techos a las iglesias de
las parroquias del Llano, Milla y Belén”. Había calamidad por todas partes y la
descripción abunda en los daños: “a la casa donde estaba el Colegio de las
Hermanas de la Caridad se le derrumbaron los corredores, las columnas de
Bolívar y Páez sufrieron bastante, habiendo perdido la de Bolívar el
embarandado..”. En epitafio, don Tulio escribe en junio de 1894: “Oh, tú,
Mérida hermosa, reina de los páramos, mi Ciudad nativa!, tus gritos de dolor
han resonado lejos, muy lejos”
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