Una simbiosis de fe
milenaria:
LA SEMANA MAYOR EN EL SUR DE
MÉRIDA
Ramón Sosa Pérez
“Hosanna en el cielo, Gloria al Hijo de David, Bendito el que viene en
nombre del Señor”. Una algazara jubilosa se desparramaba por todas partes y las
gentes llegadas de todos los confines tendían sus vestidos en los caminos para
recibirlo. A lomo de un pollino sin desbravar, Jesús entraba triunfante a
Jerusalén, rodeado de muchos prosélitos. Palmas, flores y olivos tapizando los
caminos precederían, según las Escrituras, el camino del calvario; la
crucifixión del Salvador de la humanidad. Así, la iglesia universal conmemora
el Domingo de Ramos, preámbulo de la Semana Mayor
En el sur de Mérida, sinuosa travesía de pueblitos adosados a la vera
de eternos caminos, esta tradición anual mantiene reveladora importancia. Las
familias se reúnen en torno al misticismo de la intimación de la fe. La aurora
del domingo se adivina con la llegada de los ramos que recibirán la bendición
en lugar de gracia. Ese día Jesús fue recibido entre vítores por Jerusalén que acudía
jubilosa a celebrar la Fiesta de los Tabernáculos, con la que los judíos eternizaban
el paso por el desierto, al salir de Egipto. Muchos extendían sus capas a lo
largo del camino, “mientras otros de la multitud cortaban ramas y palmas de
árboles y las ponían sobre el suelo”
COSTUMBRES
ANCESTRALES
La cuaresma, entre el Miércoles de Ceniza y Jueves Santo, es tiempo de
simbolismo para el cristiano que observa reglas infranqueables en los 40 días previos
a la Pasión de Jesús. En El Vigilante del 09/01/1943, leemos: “todos los
miércoles serán de ayuno y todos los viernes de cuaresma serán de abstinencia”,
lo que explica la sujeción al canon que es corriente en los pueblos del sur. En sus arcanas montañas se
halla la palma silvestre que crece vigorosa a la espera de quienes en la Semana
de Lázaro, apuran el corte de ramo en un ritual muy vinculado a la tradición. En
el sur confían a los palmeros la bajada de la planta, porque “no todos tienen
mano para cortar el ramo“. Treparla, revisar los cogollos, abrir las hojas,
escoger la más madura y luego hacer los tercios, según la fortaleza del palmero,
es tarea de pocos.
De allende los mares
vino el legado histórico que en la religión tiene una expresión particular y
que en el sur de Mérida se hallan curiosos rasgos. No podía encenderse lumbre
en los fogones, a menos que se limitara a proveer necesidades primarias de la
familia, los trabajos y negocios quedaban suspendidos, las vacas de ordeño y
los demás animales de corral recibían obligado asueto y pródiga ración
adelantada. En las calles de los pueblos surgía la matraca, con su procesión de sonajas,
calle arriba y calle abajo, llamando a misa al igual que La Cívica, recordando la
guardia pretoriana junto al sepulcro santo.
APRONTANDO TODO..
Desde el lunes y martes
santos se siente el trajín en cada casa. Debe buscarse la leña en distantes
lugares; disponer lo que obligue “el amasijo”, como allí denominan a la
elaboración y cocción del criollísimo pan en los hornos de ladrillo, además de
urgir los aderezos que requiere la mesa que se servirá durante estos días. El
miércoles comienzan a prepararse los dulces, delicias y manjares, porque el
jueves y viernes, según expresa costumbre, no debe trabajarse en casa. Ni siquiera
ocuparse de las menudencias rutinarias de la cocina, lo que será visto como
signo contrario a la observancia ritual de los días santos.
El jueves y viernes bien temprano se sirve “la parva”, que es un
desayuno muy particular compuesto de chocolate caliente, acema, pan de agua o
de leche y queso criollo. El almuerzo de “siete potajes” contiene una mesa
dispendiosa en pescado seco salado, arveja, sopa de pan con tortilla, cebollín
y cilantro, antipastos, ensaladas, macarrones, dulces y tortas de muy variado
estilo, color y sabor. Es muy dispendiosa la alacena sureña que invita estos
días a algún pariente o vecino a compartir con la familia en testimonio de
conciliación y generosidad de los anfitriones, lo que no puede rehuirse bajo
ninguna fórmula.
RECREACIONES DE TIEMPOS IDOS
En el ayer distante mucho se quedó de la tradición surandina pero aún
puede recordarse que en estos días, los paisanos se solazaban con el
vecindario. Trompos, joques,
maporas, el burro y tantos juegos más que sedujeron días de infancia,
retornaban a los pueblos del sur como el resonado Juego del Bolo que congregaba
a muchos a la vera de los caminos. Una bola toscamente labrada en piedra o
madera, que a fuerza de martillo, cincel o hachuela tomaba forma globular,
corría por mano del hábil tirador hasta dar con los muñecos de burda madera, de
valores distintos, que al ser derribados hacían la máxima puntuación para el
ganador.
En el verso humorístico
de Vicente Hernández quedan tatuados estos recuerdos: “el burro hecho de
madera/cuando se podía cortar/hoy ya no se hace por miedo/a la Guardia
Nacional/..“el bolo también divierte/tumbar aquel muñequero/con un poquito de
suerte/ hacerles un bolo entero/.. “El Jueves y Viernes Santo/ como almuerzo o
mediodía/ se servían siete potajes/ eso si era una comida/ sopa de arvejas, de
pan/ macarrones, de pescado/los secos por cantidad/ con salsas y guisado/ con
papas, venía el pescado/ el palmito en rebanadas/ y entre cocidas y crudas/gran
variedad de ensaladas/”.
VIACRUCIS EN EL SUR
En el año 2001 en Formosa, provincia argentina, lindante con Salta por
el oeste, con El Chaco al sur y con Paraguay al Este y norte, comenzó el hasta
ahora Víacrucis más largo del mundo. Caminos de penuria y aridez son los de
Formosa, según la crónica, y allí los peregrinos plantaron 14 cruces de
quebracho y palo santo, en medio de un clima muy caluroso y húmedo, que suponen
las estaciones. Un grupo de hombres formoseños, sensibilizados por tantos
problemas que su nación enfrentaba “se inspiraron para ofrecer este largo peregrinar, de 512 km. a
pie, como súplica por la paz del mundo, por nuestra patria y provincia”.
En otro lejano pueblo de serranía, esta vez Canaguá del Estado Mérida,
“hace 21 años nació el Víacrucis en Acción de Gracias que mi padre Pablo
Hernández ofreció realizar ante un grave percance familiar sufrido en la
carretera entre Canaguá y Mérida”, cita Marina Hernández Durán, al relatar la
bondad del Cristo al salvarlos de la desgracia en aquel camino. Desde entonces,
don Pablo Hernández y doña Socorro Durán, una pareja de paisanos canagüenses,
urgen las disposiciones y cada Domingo de Ramos parten de Mérida, en 4 largas
jornadas entre Estánques y El Páramo del Motor, como promesantes del Víacrucis
más largo de Venezuela.
PROMESANTES DE TODOS LOS
TIEMPOS
En 1993 don Pablo y su esposa decidieron iniciar el Víacrucis,
acompañados de su familia. Una lluvia pertinaz amenazaba aquel año a los
devotos “pero más pudo la fe y, gracias a Dios, llegamos a Canaguá”, recordaba
doña Socorro Durán de Hernández en aquel recibimiento inolvidable en su pueblo
natal, luego de los 100 kilómetros de recorrido, entre cánticos, plegarias y
alabanzas al Salvador. Octogenario él y doña Socorro, con 77 años cumplidos,
siguen fieles al devocionario surandino, ofrecido para elevar una plegaria de
gratitud por la salvación de su familia.
A los 18 miembros de los Hernández Durán se fueron sumando, año tras
año, cantidad de piadosos promesantes que llegados de distintos lugares del
Estado, en el 2014 integran unos 150 en total, en el Viacrucis más largo de
Venezuela. Las Paradas del Viacrucis Peregrinos de La Montaña, como fue
denominado desde la génesis, son Estánques-Tusta, Tusta-Las Nieves, Las Nieves-Quebrada
del Barro y Quebrada del Barro-Páramo del Motor. Al final de la diaria jornada,
los peregrinos asisten a la Eucaristía que en cada edición cuenta con los
párrocos de la zona, agregados jubilosos a esta manifestación de fe.
LA PASION VIVIENTE EN EL SUR
DE MÉRIDA
Antiquísima devoción que llevaron al sur los misioneros agustinos y
que, en el decurso de los años se entronizó en los hogares, es la conmemoración
de la Semana Santa. Canaguá recuerda que en la década de los 70, cuando se fundó
el liceo Neftalí Noguera Mora “los estudiantes tomaron iniciativa de realizar
un viacrucis viviente y en ello participaron Lalo Zambrano, Luis Méndez, Silvino
Mora (el locho), Golfredo Barillas, Pio Mancilla, Liborio Molina, Fanny Rivas y
Olida Molina, entre muchos más”, evoca Aliria Molina de Nava, quien desde
entonces ha venido acompañando, en diferentes roles, esta representación.
En los años 80, otros se encargaron del Viacrucis y nació el
Grupo Los Caminantes, dirigido por Alexis Roa y ayudado por canaguenses
residentes en Mérida que llegaban a la cita anual. Gustavo Molina, América
Arias, Carolina Zambrano, Leyda Arias y otros que, entusiastas asistían como
Teodoro Molina, Felipe García, Marcos Rivas, Consuelo Cerrada, Israel Díaz y
Vicente Elías Molina que admiraban al representar a los Sumos Sacerdotes, en fidelidad
de actuación. A ellos sucederían Ecxon Nava Molina (Viejo), Indira Albornoz,
Yileni Mora, Gabriel Molina, Gloribel López, Exeiro Marquina, Karina Contreras,
Ligia Mora, entre otros tantos.
Una nueva generación, refiere María Angélica Mora, aumenta el devocional
de Semana Santa y son los Viacrucis que salen espontáneos de toda la comarca. De
Canaguá hasta el Vaho, en la entrada de Chacantá, marcha un grupo que animan
Arquímedes Montilva y Emérita Rodríguez a encontrarse con el que ha partido de
Chacantá. Otro sale de Las Aguadas con María Elumina García y José Camacho y el
gran Viacrucis que el Miércoles Santo sale de Canaguá a toparse con Los
Peregrinos de la Montaña y en la noche, el Viacrucis del Nazareno, bajo
coordinación de Gladis Peña de Mora y
familia. Así son los pueblos del sur, en tiempos de Semana Mayor.
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